USG: ¡GRACIAS, SANTO PADRE!
Carta de agradecimiento del Ministrio General, Fray José Rodriguez carballo al Papa Benedicto XVI
Beatísimo Padre, hace unos pocos
días, en la Homilía dirigida a todos nosotros los Consagrados, en el día de la
Presentación del Señor en el templo, usted nos exhortaba a una fe que sepa
reconocer la sabiduría de la debilidad. Usted nos confortaba, de hecho,
afirmando que “cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis
de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual”. Unos días más tarde, la
fuerza de autoridad de estas palabras Suyas se convierte para nosotros en el
icono en el que podemos admirar el gesto de amor con el que usted, dejando el
Pontificado, tiene la intención de dedicarse de lleno a una vida consagrada a
la oración por el bien de la santa madre Iglesia. Sí, sólo en su kénosi, Padre
Santo, contemplamos ¡la victoria pascual de Cristo! Precisamente en Su rostro,
vislumbramos la luz gloriosa de Aquel que, ¡muriendo en la cruz, nos ha
inundado de esplendor!
En este grave momento, para usted
y para nosotros, cuanto quisiéramos que se sintiera cercano a todos los
Consagrados, que yo tengo el honor de representar y que, de alguna manera, le
porto delante de sus ojos. Siéntanos cerca de usted, ¡nuestro querido Santo
Padre! Advierta el unísono de nuestro corazón de hijos que con devoción le
trasmiten su amor y un ¡profundo agradecimiento! Sí, lo queremos mucho, y
deseamos decirle que nuestro afecto filial lo acompañe día tras día en Su
futuro servicio de oración a beneficio de todos.
Nosotros los Consagrados, en este
momento, queremos transmitirle, como en una palabra que resuma, la abundancia
de nuestro agradecimiento: ¡Gracias, Santo Padre!
Gracias por querer terminar Su
pontificado con un gesto profético y valeroso, fruto de oración, de gran
lucidez, de profunda humildad y de Su amor por la Iglesia.
Gracias también por Su amor por
la Iglesia, por la parresia evangélica con la que ha trazado el camino de
purificación, hasta pedir perdón por el pecado de sus miembros.
Gracias por Su mirada cuidadosa a
la complejidad del mundo, a sus debilidades, a los atractivos vacíos de lo que
es penúltimo, a los lazos seductores del consumismo y, más aún, al peligro del
relativismo: Sus Encíclicas y los numerosos discurso, puntuales y
clarificadores, siempre nos han indicado con nitidez y determinación el camino
de Cristo. Además, nos han nutrido en la común aspiración, inscrita en el
corazón de cada uno, el anhelo de buscar a Dios. Sí, gracias por habernos
confirmado en la fe con un Magisterio sobremanera rico de sabiduría y de
firmeza evangélica. Gracias por el don de Su palabra sencilla y al mismo tiempo
tan profunda. Gracias, una vez más, por el bello regalo del Año de la Fe.
Gracias, sobre todo, por Su amor
a la Vida Consagrada y por haberlo manifestado en numerosas ocasiones. Por
habernos sacudido varias veces, llevándonos a hacer memoria incesante del
“primer amor” con el cual el Señor nos ha encontrado y hecho suyos. Por
habernos recordado el primado de “estar con el Señor” para poderlo anunciar
después y trabajar para Él. Por indicarnos la urgencia de la misión y de la
Nueva Evangelización, cooperando, a través de la multiforme manifestación de
nuestros carismas, la identidad misma de la Iglesia, su tarea principal, el de
anunciar el Evangelio. Por
reconducirnos al espíritu de peregrinación, que nos da la fuerza de
sacrificarlo todo por amor de Dios y de los hermanos. Por habernos dicho que
nuestra alegría debe pasar necesariamente a través de la Cruz de Cristo.
¡Cuánta riqueza de enseñanzas! Haremos tesoro de su alto Magisterio, a través
del estudio y la reflexión orante de sus escritos. Sí, Santo Padre, ¡Usted
verdaderamente ha amado la Vida Consagrada! Este amor lo hemos percibido, así
como advertimos en nosotros su eficacia propositiva y estimulante.
Al inicio de Su pontificado, nos
dijo de considerarse un simple y humilde trabajador en la viña del Señor. Si la
humildad es la medida de la grandeza de una persona, la confesión pública hecha
el 11 de febrero confirma la verdad de aquellas palabras y, conjuntamente, Su
grandeza. Gracias por habernos enseñado, de la cátedra de la vida, que la autoridad
en la Iglesia es servicio.
De todos nosotros Consagrados:
¡Gracias, Santo Padre!
Permítanme, por último, añadir
una palabra especial de gratitud que viene de mi condición de Ministro general
y siervo de toda la Fraternidad de los Menores. Advierto el deber de darle las
gracias por Su sublime magisterio franciscano, que llegó a manos llenas a
nuestra reflexión y en el compromiso de ponerlo en práctica en nuestras vidas.
Su amor por san Francisco y por la espiritualidad franciscana es de todos
conocido: además de las numerosas referencias concernientes a nuestra forma de
vida, brillan sus catequesis sobre san Francisco, santa Clara, san Antonio, san
Buenaventura, el beato Juan Duns Escoto y otros autores de la Escuela
franciscana. De esta manera, no sólo nos ha revelado su profundo conocimiento
del carisma y de las piedras angulares de la espiritualidad franciscana, sino
que también ha dado una interpretación cuanto más profunda para nuestro tiempo,
cuanto numerosas fueron Sus instrucciones a conjugarlas con la complejidad del
mundo actual. Su mismo peregrinar por la tierra de san Francisco, así como Su
memorable visita a Tierra Santa, “la perla de las misiones franciscanas”, con
la unción de Sus preciosas palabras cargadas de entusiasmo y ánimo, han sido una
patente demostración de su grande amor por el Santo de Asís y por todos sus
hijos hoy en día. Y como hace muchos años, al igual que el Poverello se
comprometía a ser “súbdito y sujeto a los pies” de la santa madre Iglesia y del
señor Papa, también yo hoy Le renuevo con devoción la promesa de obediencia y
reverencia, vislumbrando en Su rostro la belleza de la Iglesia, Esposa de
Cristo.
Roma, 13 de febrero de 2013,
miércoles de Ceniza.
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general, OFM
Presidente USG